Tres cuentos breves de otoño
Con la llegada del otoño se acortan los días y empieza el frío, lo que nos obliga a pasar cada vez más tiempo en casa. Y aunque todavía hay días soleados que nos permitirán hacer excursiones y otras actividades al aire libre, es cierto que el tiempo es más inestable y ya no invita a disfrutar tanto de la calle. Pero, ¡ojo!, esto no significa aburrirse o agobiarse, sino que podemos aprovechar la tranquilidad de estos momentos caseros para inculcar a nuestros hijos el hábito de la lectura. Leamos con ellos, comentemos los libros, que nos vean a nosotros también ese interés por las letras. Recuerda que somos su mejor ejemplo.
Además, podemos aprovechar el cambio de estación para ofrecer a nuestros hijos lecturas temáticas sobre el otoño. Les encantará leer sobre algo que están viviendo al mismo tiempo. Por eso, a continuación, te ofrecemos tres cuentos sobre el otoño.
Por qué algunos árboles no pierden sus hojas
Se trata de una historia infantil muy entretenida a través de la cual los niños podrán saldar algunas de sus dudas acerca del otoño.
“Con el inicio del otoño, cuando el frío empieza a calar los huesos, los pájaros parten hacia destinos más cálidos. Todos, menos un pobre pajarito que tenía un ala rota. El pajarillo pensaba que, si no encontraba pronto un lugar donde refugiarse, moriría de frío. Miró alrededor y divisó a lo lejos algunos árboles que le prestarían cobijo seguro. Saltando y aleteando como mejor pudo, llegó hasta los árboles y se paró justo enfrente de un gran roble que parecía lo suficientemente fuerte como para cobijarlo, así le pidió permiso para refugiarse entre sus ramas hasta que volviera a llegar el buen tiempo. Sin embargo, el roble le negó su ayuda diciéndole que, si le dejaba cobijarse allí, terminaría picoteando sus bellotas. El pájaro vio otro árbol precioso de hojas plateadas, un álamo, y pensó que le daría refugio. Llegó hasta él y le contó su problema, pero el álamo también le echó diciéndole que le iba a manchar sus bonitas hojas y su blanco tronco. Muy cerca había un sauce, pero este, al igual que los demás, lo rechazó argumentando que no trataba con desconocidos.
El pajarito empezó a saltar como podía con su ala rota sin rumbo fijo hasta que un abeto le vio y le preguntó que le pasaba, el pobre le contó su desgracia y el abeto le ofreció sus ramas para que se resguardara del frío. El pino, que estaba cerca del abeto, también se ofreció para protegerlo del viento ya que sus ramas eran más grandes y fuertes, mientras que el enebro le ofreció sus bayas para que no muriera de hambre. El pájaro se preparó un lugar bien abrigado en la rama más grande del abeto y, protegido por el pino y alimentado por el enebro, se dispuso a pasar el invierno. Fue una temporada muy feliz, pero una noche el viento comenzó a soplar muy fuerte arrastrando a su paso las hojas de los árboles. Todos se asustaron, pero antes de que el viento llegara a estos árboles, el Rey de los Vientos lo frenó y le pidió que no desnudara a quienes habían ayudado al pajarillo. El viento los dejó en paz y así fue como desde entonces el abeto, el pino y el enebro conservan sus hojas durante todo el otoño y el invierno.”
Las tres hojas de otoño
En este caso, se trata de un cuento infantil muy divertido que narra el viaje de tres hojas durante el otoño.
“Llega la época otoñal y las hojas abandonan el árbol que les dio vida, para quedar a merced del viento. Las hojas se sentían muy felices de ser libres y de bailar cada vez que el viento soplaba. Volando descubrieron parajes bucólicos maravillosos que ni siquiera podían imaginar. A mitad del camino algo llamó su atención: notaron que ya no eran verdes como una vez, sino que estaban tomando un color ocre y rojizo, igual que las hojas que estaban debajo de otros árboles. Intrigadas por aquel cambio, le preguntaron al viento, pero este no supo contestar, entonces se dirigieron a la lluvia, pero tampoco obtuvieron respuesta. A lo largo de su camino le preguntaron a todos aquellos con quienes se encontraban, pero no encontraron una explicación satisfactoria.
Así, pasaron los días, hasta que encontraron a Don Otoño, que descansaba en una rama, y decidieron preguntar una vez más. “Díganos señor Otoño ¿por qué cambió nuestro color cuando nos desprendimos del árbol?” El señor Otoño, con voz ronca y serena les explicó: “Cuando yo llego, conmigo han de llegar la lluvia que moja el árbol y el viento que ha de soplar. Por eso, amigas mías, no os debéis preocupar. Transcurridos unos meses todo esto pasará, vendrán otras hermanas y de nuevo al señor árbol de verde se cubrirá”. Las hojas comprendieron todo lo que estaba sucediendo, agradecieron al señor Otoño y continuaron felices su viaje hasta el suelo”.
La zorra y las uvas
Esta historia hará reflexionar a los niños sobre el otoño, pero también sobre el orgullo y la arrogancia.
“Comienza en otoño, el frío inicia y los animales apenas salen de sus madrigueras para buscar comida. Este problema también lo tenía una zorra, que vivía en una madriguera del bosque y que solo podía conseguir algunos ratones para alimentarse. La zorra hubiese preferido comerse una buena gallina, pero hacía tiempo que el guardián del gallinero era un perro muy fiero, por lo que era mejor contentarse con lo que el bosque ofrecía: ratones, ranas y algún lirón. Sin embargo, una mañana la zorra se despertó con un enorme deseo de comer algo refrescante. Pensó que un racimo de uvas no le vendría mal, por lo que se dirigió hacia los racimos de uvas que podían ver a lo lejos.
Encontró muchos racimos, pero estaban muy altos. Así que la zorra empezó a saltar para intentar alcanzarlos. Saltó una, dos, tres veces… pero no consiguió alcanzar los racimos. La zorra no se desanimó, cogió impulso y volvió a saltar, pero no había forma. Cada vez las uvas parecían más altas. Jadeando y cansada por el esfuerzo, la zorra se convenció de que era inútil seguir intentándolo. Sin embargo, cuando estaba a punto de renunciar, se percató de que un pajarillo la había estado observando desde una alta rama. Pensó que había hecho el ridículo, la gran depredadora del bosque no había conseguido alcanzar las uvas. Sin embargo, encontró una salida airosa: “Me han dicho que estaban maduras, pero veo que aún están verdes. No serán un manjar digno de mi exquisito paladar”. Y se fue, segura de haber salido dignamente de la situación, mientras el pajarillo reía para sus adentros”.